Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana
después de un sueño tranquilo, se encontró en la cama tras escuchar el timbre
de la puerta de la calle. Inmediatamente miró hacia el despertador que hacia
tictac sobre la mesita de noche. «¡Dios santo, si son las nueve y cuarto! ¿Cómo
no he podido oír ese chirriante sonido que hace el despertador que incluso hace
temblar los muebles? ¿Tan profundo era el sueño en el que estaba sumido? ¿Y
nadie se ha molestado en despertarme? ¡Oh dios, el jefe debe haberse dado
cuenta de mi ausencia! Y más extraño aún, ¿nadie del almacén ha venido a
preguntar por mí? Porque el almacén siempre abre antes de las siete…», pensaba para sí
mismo Gregor mientras se aligeraba en ponerse sus ropas, coger su maleta y
bajar lo más deprisa posible al salón principal, sin pensar en las voces que se
escuchaban allí abajo, obviando que serían sus padres.
Cuando bajó el último escalón se encontró con
un espectáculo que nunca pensó encontrarse: el jefe riendo a carcajadas junto a
su padre quienes brindaban sentados mientras su madre tejía algo –quizás un
vestido nuevo para Grete− en una mecedora cercana a donde los dos hombres –sin incluirle
a él mismo− de la casa hablaban gratamente. Cuando los tres adultos se
percataron de la presencia de Gregor, todos dirigieron la mirada hacia él. El
rostro de los tres resplandecían de orgullo, pero ningún rostro resplandecía
tanto como el de su padre. Gregor seguía impactado.
«¿Qué está ocurriendo aquí?»
―Mi hijo –dijo su padre empleando ese tono
orgulloso que sus ojos brillosos mostraban de la misma manera−. Mi hijo ha
hecho el mejor de los negocios que ningún viajante podría hacer; ese de ahí es
mi hijo. La sangre Samsa se ve en él. En nuestra familia siempre hemos sido honrados
y leales al trabajo.
El jefe rió.
―Reserva eso para el discurso, buen hombre –replicó,
y le guiñó el ojo a Gregor por encima del borde de la copa.
―¿Discurso? –preguntó aturdido Gregor.
Su madre se levantó de su sitio y le acarició
el hombro suavemente.
―¿Estás bien, hijo mío? Tu cara parece un
cuadro. ¿Es que acaso no te lo esperabas o es que sigues encontrándote mal?
Pensé que descansar te haría recuperar de ese resfriado que has pillado. ¿Ve, señor?
Trabaja tan duro que así ha acabado pillando un resfriado de mucho cuidado.
El jefe hizo unos movimientos con la mano
para quitarle importancia al asunto.
―¿Resfriado? –no recordaba estar enfermo.
―No te preocupes Gregor, puedes tomarte una
semana de descanso si no mejoras, ¡pero no me falles en la cena del viernes! No
puedes perderte ese discurso de tu padre, ¡ya lo tiene preparado y todo! ¡Mira, mira!
―Nos hemos reunido hoy aquí –comenzó su
padre, abriendo los brazos para abarcar la sala entera− para honrar a mi hijo,
Gregor Samsa, que ha conseguido acabar con las deudas de esta familia, y no
solo eso, sino que ha hecho el mejor negocio que jamás alguien podría haber
hecho en tiempos como estos. Junto con su hermana, Grete Samsa, me siento
orgulloso de decir que mi hijo es uno de los mejores viajantes que he conocido,
−volviéndose hacia el jefe, se dirigió hacia él− sin ofender.
―Oh, no no, no se preocupe –le respondió el
jefe haciendo más gestos como símbolo de que no tenía importancia alguna.
―Hace falta más que una gran mente y dominio
de las palabras para ser un buen viajante de comercio −continuó−. Hace falta un
gran corazón. Mi hijo tiene las dos cosas. Es bueno en el trabajo y es bueno en
el amor que nosotros, su familia, recibimos de su parte. Nunca habrán palabras suficientes para expresar nuestro eterno agradecimiento, hijo. Y por eso también quiero compartir nuestra otra buena noticia con
vosotros.
―Eh, no me quite la noticia, ¡esa quiero dársela
yo mismo, señor Samsa!
―Cierto, disculpe Señor, es que estoy tan
orgulloso de mi hijo que…
―¿Queréis dejar de marear la perdiz y decir
la noticia ya? ¡Gregor seguro que está de los nervios! Tranquilo, hijo mío –dijo
la señora Samsa acariciando el brazo de Gregor esta vez.
―Gregor, has ascendido –se apresuró a decir
el jefe−. Ahora trabajaras en el puesto del Señor apoderado, serás el nuevo
empresario.
―¿Qué? –fue lo único que consiguió salir de
la boca de Gregor−. ¿Y qué hay del Señor apoderado? ¿Tomará mi puesto?
―Oh no, querido, como tarde o temprano te
enterarás en el almacén puesto que el apoderado se ha convertido en una víctima de
murmuraciones por allí, te diré yo mismo, que lo he visto con mis propios ojos. El señor apoderado está en muy malas condiciones. Resulta que el Señor
apoderado… ¡se ha convertido en un insecto gigante y repugnante! ¿Os lo podéis
imaginar? Y no son alucinaciones mías.
―¿Q-qué? –tartamudeó Gregor aún más
confundido, aunque tenía que admitir que sentía un tipo de satisfacción por la
noticia ante el mal trato que tenía el apoderado hacia su persona.
―Como oyes. Aunque con la gran cantidad de
dinero que has ganado… pensé que quizás querías dejar el trabajo. He venido
personalmente para decirte que nos complacería mucho que siguieras con
nosotros, un trabajador como tú no se tiene todos los días.
―Yo… esto… me gustaría dejar mi empleo si
usted me lo permite, jefe. Han sido cinco años de mucho esfuerzo y la verdad es
que me siento cansado de ello. Espero que usted comprenda todo lo que supone
para mí el-…
―Es tu decisión, Gregor –lo cortó el jefe−.
Lo entiendo perfec-…
El timbre sonó de repente.
La criada se dirigió inmediatamente a abrir
la puerta y entonces una bella y joven doncella entró a la casa.
―¿Grete? –murmuró dudoso su hermano. Verla
con esos tacones y ese maquillaje la hacía ver mucho más adulta y bella.
―¡Hermano! –exclamó esta de vuelta y corrió
hacia sus brazos. A pesar del nuevo aspecto, seguía siendo la misma Grete de
siempre−. ¡Hermano, que feliz estoy por ti! ¡Ya sabía yo que eras el mejor!
Hermano –aprovechó Grete para susurrarle al oído al estar abrazada a él−. Hermano,
tengo una buena noticia. ¿Recuerdas nuestro… secreto? Ya sabes, el conservatorio.
Pues… hoy ha venido un hombre, en verdad, un director de orquesta, y me ha
dicho que estaría encantado de que fuera parte de su orquesta. ¿Y sabes qué? –le
preguntó alejándose de su oído−. ¡He aceptado!
―¡¿Qué?! ¡Eso es fantástico, Grete! ¡Vas a
ser la mejor violinista de todos los tiempos! –exclamó feliz, rodeando su
cintura para más tarde alzarla por los aires−. ¡ Mamá, papá, la hermana va a
ser una violinista de orquesta!
―¡¿De
verdad, cariño?! ¡Cómo me alegro por ti, mi niña! –exclamó excita la señora
Samsa por la noticia, uniéndose al abrazo.
―Siempre supe que tenías talento, Grete –dijo
el señor Samsa abriendo los brazos para abrazar a su hija también.
Grete, mientras abrazaba a su padre miraba
directamente a Gregor con una seria expresión.
―Oh, por el amor de Dios –exclamó la muchacha, y
chasqueó los dedos ante el rostro de Gregor. Tenía su cabello peinado en un
recogido, y los ojos azulados le brillaban de enfado―. Padre nunca se verá orgulloso de que yo, una mujer, tenga un trabajo propio; él lo único que desea es verme casada y mantenida por un hombre. Gregor, ¡esto no está
sucediendo!
―¿El qué? –Gregor se le quedó mirando.
―Es un sueño –explicó Grete−. Los
deseos tienen mucho poder –añadió−, sobre todo los deseos más profundos de
nuestro corazón.
Gregor pasó la mirada por la sala.
―¿Éste es el deseo más profundo de mi
corazón?
―Claro –afirmó Grete−. Papá, orgulloso de ti.
Tú, el viajante del momento y pudiendo dimitir del trabajo. Yo, yendo al conservatorio y siendo violinista.
Todos adorándote.
―Vale, pero ¿y lo del Señor apoderado?
Grete se encogió de hombros.
―No lo sé. Esa parte es rara.
―Así que tengo que despertarme –Gregor giró
sobre sí mismo y miró a su alrededor. Todo parecía real, lo sentía como real,
pero no podía recordar de qué estaban hablando su padre o el jefe. No recordaba
haber hecho un gran negocio, o haber conseguido integrar a su hermana en el
conservatorio. No recordaba tener un resfriado.
―Pero el conservatorio… –susurró.
Los ojos de Grete se ensombrecieron.
―Lo siento, hermano −dijo−. Los deseos de
nuestro corazón son armas que se pueden emplear contra nosotros. Lucha, Gregor –le
acarició la mejilla−. Esto es lo que quieres, este sueño. Pero los sueños se
ven como a través de un vidrio distorsionado y te muestran lo que deseas, pero
retorcido y errado. Emplea ese error para escapar del sueño. La vida es
pérdida, Gregor, pero es mejor que esto.
―Dios –exclamó Gregor, y cerró los ojos.
Sintió que el mundo se resquebrajaba a su alrededor, como si estuviera
rompiendo una cáscara para salir. Las voces se desvanecieron, junto con la
sensación de estar de pie, el olor del vino, el clamor de la voz de su padre y,
finalmente, la caricia de la mano de Grete en su rostro.
Cuando Gregor Samsa realmente se despertó una
mañana después de ese ideal sueño, se encontró sobre su cama convertido en un
monstruoso insecto.
Tal vez la hermana se había equivocado. Tal
vez, como ella decía, la vida era un sueño.
Pero el despertar es lo que nos mata.
Continuará...
(no, en serio, continuará, es que hoy era el plazo para publicar este trabajo pero os prometo un final)
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