¿Quién es el
responsable de la muerte de Romeo y Julieta? ¿Fueron ellos mismos? ¿Fray
Lorenzo? ¿El príncipe?
Convirtiéndonos en
detectives, cual Sherlock Holmes, aquí va mi versión, “¿Quién mató a Romeo y
Julieta?”. Donde descubriremos quien “mató” a los famosos amantes de la trágica
obra de Shakespeare.
Una mañana a últimos de noviembre de 1597, me desperté y vi a
Sherlock Holmes completamente vestido, de pie junto a mi cama. Por lo general,
se levantaba tarde, y en vista de que el reloj de la repisa sólo marcaba las
tres de la mañana, le miré parpadeando con una cierta sorpresa, y tal vez algo
de resentimiento, porque yo era persona de hábitos muy regulares.
―Lamento despertarle, Watson ―dijo―, pero esta noche nos ha
tocado a todos. A la señora Hudson la han despertado, ella se desquitó conmigo,
y yo con usted.
―¿Qué es lo que pasa? ¿Un incendio?
―No, un cliente. Parece que ha llegado una señorita en estado
de gran alteración, que insiste en verme. Está aguardando en la sala de estar.
Ahora bien, cuando las damas vagan por la metrópoli a estas horas de la noche,
despertando a la gente dormida y sacándola de la cama, hay que suponer que
tienen que comunicar algo muy apremiante. Si resultara ser un caso interesante,
estoy seguro de que le gustaría seguirlo desde el principio. En cualquier caso,
me pareció que debía llamarle y darle la oportunidad.
―Querido amigo, no me lo perdería por nada del mundo. No
existe para mí mayor placer que seguirte en todas tus investigaciones y admirar
las rápidas deducciones, tan veloces como si fueran intuiciones, pero siempre
fundadas en una base lógica, con las que desentrañas los problemas que se te plantean.
Me vestí a toda prisa, y a los pocos minutos estaba listo
para acompañar a mi amigo a la sala de estar. Una dama vestida de negro se
encontraba allí en un lamentable estado de agitación, con la cara pálida y los
ojos rojos ―seguramente de haber llorado―. Sus rasgos y su figura correspondían
a una mujer de cuarenta años, aunque su cabello presentaba prematuras mechas
grises, y su expresión denotaba fatiga y agobio. Sherlock Holmes la examinó de
arriba abajo con una de sus miradas rápidas que lo veían todo.
―Buenos días, señora ―dijo mi amigo animadamente―. Me llamo
Sherlock Holmes. Este es mi íntimo amigo y colaborador, el señor Watson, ante
el cual puede hablar con tanta libertad como ante mí mismo. Veo que se ha
fallecido un conocido suyo. Le acompaño en el sentimiento.
―¿Cómo lo ha sabido? ―dijo tomando una bocanada de aire―. ¿Es
que me conoce usted?
―No, pero me he fijado en su oscuro atuendo que lleva. Se
trata de simple deducción. También sé que ha venido aquí a toda prisa, a mi
deducir, corriendo por su respiración agitada.
La dama se estremeció violentamente y se quedó mirando con
asombro a mi compañero. Este sonrió.
―Ha acertado usted en todo ―dijo ella―. Salí de palacio
corriendo hasta usted. Señor, ya no puedo aguantar más esta tensión, me volveré
loca de seguir así.
―Le ruego que nos exponga todo lo que pueda servirnos de
ayuda para formarnos una opción sobre el asunto.
―¡Ay! ―replicó nuestra visitante―. El mayor horror de mi
situación consiste en que mi querida señorita ha muerto. Pues le explicaré
desde un principio: el señor Capuleto, padre de mi señorita, organizó una
fiesta. Allí, el joven apuesto Romeo interfirió en los sentimientos de mi señorita,
¡ah, sí! De nombre Julieta, muy bella. Antes de esto, he de decir que mi
señorita era tan solo una niña, el gran príncipe Paris interesado en ella. Pero
viendo el amor de mi señorita en sus ojos por aquel joven, que no era más que
el único heredero de infame estirpe, Montesco, me compadecí de ella y decidí
ayudarla a comprometerse con el joven Romeo, casándose ambos a escondidas. Yo
solo quería la felicidad de mi niña, pero entonces, ocurrió el mal de los
males, ¡Romeo mató a Teobaldo! Teobaldo, primo de Julieta, sangre de sangre y
lo mató. Mi señorita lloraba, lloraba a lágrima suelta, y no por Teobaldo, sino
por Romeo, quién fue desterrado por el Príncipe, toda una tragedia para mi
niña, quien lloraba por su amor. Y no suficiente con esto, el señor Capuleto
obligó a mi señorita a casarse con el príncipe Paris, quien dispuesto estaba,
pero mi señorita, ocultando su amor, se negaba, pero dándole consejo de que Paris
le convenía más que Romeo y yendo a confesarse a Fray Lorenzo, la señorita
aceptó al matrimonio con el príncipe. ¡Pero desgracia la mía cuando el día de
la boda yo fui a despertarla y muerta se hallaba! Y no solo con esto que, al
día siguiente, mi señorita, derramando sangre caliente de su pecho se hallaba
muerta, ¡y junto a ella muerto se hallaba Romeo también! ¡Y yo no entiendo como
tal desgracia pudo suceder! ¿Por qué he vivido yo para ver esto? ¡Aciago día!
―Tranquilícese, señora. Lo único que puedo decir es que
tendré un gran placer en dedicar a su caso toda mi atención. Dígame, señora, ¿a
qué se debía tanto secreto entre los amantes? ¿El señor Capuleto no le permitía
a su hija casarse con otro que no se tratase de Paris?
―No, mi señor. Odio, rencor, y venganza entre familias hay,
Montesco y Capuleto. Su relación era imposible a ojos de estas.
―Hmm. Watson ―me llamó mi compañero, dirigiéndose hacia mí―,
como de su señorita Julieta como de su amante Romeo no podemos saber, lo mejor
será interrogar a los vivos. Nuestros sospechosos son: Paris, el señor Capuleto
y Fray Lorenzo.
―Paris muerto está también, señor ―aclaró la señora.
―¿Así que tres cadáveres?
―Cuatro.
―¿Cuál es el último?
―Mercutio, amigo de Romeo. Dicen que Teobaldo lo mató.
―Entendido. ¿Algo más que deba de conocer, señora?
―No que yo sepa.
―Muy bien, Watson, en marcha.
Mi compañero, que muy buen deductor era, se dirigió a la
celda de Fray Lorenzo, quien se supone que fue el último que vio a Julieta viva
por última vez en su primera muerte. Una vez llegamos allí, un joven nos abrió.
―¿Ustedes son…?
―Sherlock Holmes. Aquí mi compañero Watson.
―Aquí Benvolio ―se introdujo el joven muchacho―. ¿Buscáis a
Fray Lorenzo? Porque no se halla aquí. Se halla en palacio debido al asunto de
Romeo.
―Oh. ¿Sabes tú algo de lo ocurrido, Benvolio? ―preguntó
astutamente Sherlock.
―Bueno, algo debo de saber, al fin y al cabo soy primo de
Romeo. Pero no, sé lo que se cuenta en las calles. Lo único que sé seguro es
que mi primo estaba desterrado, estaba en Mantua, no sé cómo pudo aparecer por
aquí.
―Si el Príncipe lo desterró, sería por algo, no veo que le
importara mucho, pues le volvió a desobedecer una segunda vez.
―No, te equivocas. Mi primo no hizo nada. Nosotros, Romeo,
Mercutio y yo, fuimos a la fiesta de los Capuleto, sabiendo que era de los
Capuleto, sí. Fuimos porque Romeo quería ver a su querida Rosalía ―dijo
burlón―. Teobaldo estaba allí, pero nosotros no hicimos nada. El fue quién
acudió a nosotros. Mi primo mató a Teobaldo porque se lo merecía. ¡Él vino en
busca de pelea! ¡Él era quien quería matar a Romeo! Pero en vez de este, mató a
Mercutio. Mercutio, quien defendió a Romeo, pero que por culpa de este, quien
trataba solo de calmar la pelea, acabó herido, y con ello, muerto. Mercutio,
amigo de Romeo, y así fue como se desató la ira de mi primo y acabó con
Teobaldo. Todo es culpa de ese Capuleto.
―¿Qué ocurre aquí? ―me volví de inmediato al escuchar aquella
ronca voz, proveniente de un señor ya con sus años que, por sus ropajes, supuse
que era Fray Lorenzo.
―¿Es usted Fray Lorenzo? ―dedujo mi compañero en voz alta tal
y como yo.
―Así es. ¿Necesitan confesar algo?
―No exactamente. Sé que Julieta vino a usted por última vez
antes de su muerte ―¿Sherlock intentaba acusarle? ¿Sin saber si él era el
culpable aún? Sin duda nunca entendería la cabeza de este señor.
―¡Oh, Virgen santísima! Yo no la maté, si es lo que intenta
decir.
―¿Entonces a que acudió Julieta a usted aquel día?
―Le diré la verdad, puesto que las mentiras solo dan más
problemas, y brevemente, porque la corta vida que me queda no consiente largas
relaciones. Romeo se había desposado con Julieta. Yo mismo los casé, el mismo
día que murió Teobaldo. Esta muerte fue causa del destierro del desposado y del
dolor de Julieta. El señor Capuleto creyó mitigarla, casándola con Paris. En
seguida vino a mi celda, y loca y ciega me rogó que buscase una manera de
impedir esta segunda boda, porque si no, iba a matarse en mi presencia. Yo le
di un narcótico preparado por mí, cuyos efectos simulaban la muerte, y avisé a
Romeo por una carta, que viniese esa noche en la que ella despertaría, para que
así me ayudara desenterrarla. Fray Juan, a quien entregué la carta, no pudo salir
de Verona, por súbito accidente. Entonces me vine yo solo a la hora prevista,
para sacar a Julieta del mausoleo, y llevarla a mi convento, donde esperase a
su marido. Pero cuando llegué, pocos momentos antes de que ella despertara,
hallé muertos a Paris y a Romeo. Despertó ella, y le rogué por Dios que me siguiese
y respetara la voluntad suprema. Ella, desesperada, no me siguió y-…
―Y se dio la muerte ―concluyó Sherlock―. Muchas gracias por
su confesión, Fray Lorenzo. No diré nada de esto. Vamos Watson, ya estamos
cerca de descubrir el misterio.
Estaba amaneciendo ya, pero Sherlock, como siempre, no se
daría por vencido hasta acabar con aquella misión. De la celda, fuimos a la
escena del crimen, el sepulcro de los Capuleto. Allí estaban, efectivamente,
los dos cuerpos muertos que por las descripciones de los testigos los
identifique como el de Julieta, con una daga clavada en pecho de donde se
hallaban restos de sangre; y el de Romeo, de cuerpo inconsciente al lado del de
la muchacha. Sherlock, se acercó a ver los cadáveres más de cerca mientras que
yo, que hacía como si esperase a mi amigo, escuchaba una conversación ajena en
la que supuse que el paje de Paris hablaba.
―¡Se puede saber qué hace usted tocando el cuerpo de mi
hija?! ―retumbó de repente una voz grave en la sala. Y sí, a quien iba dirigido
eso era a Sherlock.
―Solo quería comprobar si se trataba de un suicido tal y como
me pensaba ―respondió tranquilamente este.
―Ahora que iba a casarse con el príncipe Paris… ¡incluso los
músicos ya habían llegado a palacio! ―se lamentaba Capuleto por lo alto.
―Sherlock ―me acerqué cautelosamente a él―. He escuchado a un
paje hablar de su amo. Dice que este último fue para dejar flores sobre el
sepulcro de su amada pero que después llegó un caballero que quería entrar en
el sepulcro también, y empezaron a luchar cuando él se fue a pedir auxilio. ¿No
serían estos Paris y Romeo?
―Efectivamente, mi querido Watson. Yo en tu lugar he
escuchado al criado de Romeo. Fue él quien le dio la noticia de la muerte de
Julieta. Y por eso vino a toda prisa aquí, al cementerio. Ya sé quién es el
culpable, Watson.
―¿Quién?
―Ahora lo sabrás. Acompáñame.
No muy lejos de allí se encontraba el palacio del Príncipe.
Todo ocurrió muy rápido, o simplemente me encontraba tan agotado por no dormir
lo suficiente que no le di importancia a lo que Sherlock hacía. De repente, la
sala principal del palacio del Príncipe de Verona se llenó de los testigos del
caso, junto con más gente. Mi compañero avanzó unos pasos hasta quedar frente
al trono donde el Príncipe se hallaba y comenzó a hablar, alzando la voz:
―Bien, su majestad ―Sherlock hizo una reverencia―, familia
Capuleto, familia Montesco; todos estamos aquí por una razón: conocer al
culpable de la muerte de los hijos de ambas familias. Pero, ¿y si os dijera que
tanto todos como nadie es el culpable?
En primer lugar,
tú ―dijo señalando al señor Capuleto― y tú ―esta vez señaló al señor Montesco―,
de vuestro odio surgió el amor. Pero vuestro odio superó a tal sentimiento, tal
que dio la muerte de vuestros hijos.
Pero no todo
comenzó así. Empecemos por Romeo. ¿Sabíais que Romeo se encontraba enamorado de
una tal “Rosalía”? Quién pertenece a los Capuleto. Relación por la que el tono
de voz de Benvolio, supe que no era de su gusto. Benvolio, si no deseabas a tal
Romeo enamorado, ¿Por qué ir a la fiesta de los Capuleto? Porque no fue un
error. El criado, que era analfabeto, puso en manos de Romeo tal información
sobre la fiesta y sus invitados ―Sherlock justo paso su mirada de Benvolio a
otro adulto―, ¿nada que decir, Capuleto? ¿Es que tan difícil era hacer
invitaciones para todos los invitados?
Pero aún así, de
ahí no radica el problema, puesto que vosotros ―y volvió a fijar la vista en
Benvolio, el único que quedaba vivo― sabíais que se trataba de una fiesta de la
familia opuesta y por esto os sumergisteis en ella, usando unas máscaras para
no ser reconocidos. Tal vez si ustedes no hubieran asistido a la fiesta, Romeo
seguiría con vida, sentimental por su amor a Rosalía ―o no, quien sabe―, quien
no estaba interesada en el joven, pero con vida.
―¿Cómo ha descubierto toda esa información? ―preguntó
Benvolio, quien se veía sorprendido a la vez que asustado.
―Mi trabajo es saber lo que la gente no sabe ―respondió
Sherlock, tranquilo como siempre―. Por consiguiente, Teobaldo Capuleto, no
presente, también fue culpable de esta muerte.
¿A que vino toda
esa ira por la simple presencia de Romeo en la fiesta? ¿Acaso él había hecho
algo malo? Y el señor Capuleto está aquí como testigo de ello, y quien pudo
calmar al joven Teobaldo, pero no por mucho, pues una vez acabada la fiesta fue
en busca de Romeo. Pero no nos saltemos pasos, aún en la fiesta, surgió el “amor
a primera vista” entre los dos jóvenes, Romeo y Julieta. El amor es algo común,
¿cierto? Y también es ciego, pues sabían de su mal pero no quisieron detenerse.
Tal y como escuché decir a Fray Lorenzo: “el amor de los jóvenes nace de los ojos y no del corazón”.
En fin, así fue
como el inocente y joven saltamontes saltando entre las hierbas sin conocer
aquellos lugares acabó atrapado por la lengua del oculto camaleón. Inocente
Julieta que con las dulces palabras de Romeo cayó rendida a sus pies, y
enamoradizo Romeo que tal belleza como lo era Julieta lo deslumbró, queriendo
que fuese suya. Y es que, ¿cómo un beso, un mero roce de ardientes labios que
compartieron, pudo convertirse en una boda al día siguiente? Y aquí el balcón
de Julieta es testigo de ello. Ese triste balcón, ahora sin dueña, al que nadie
presta atención, fue el único testigo de la noche en la que Romeo acudió
clandestinamente a ver a Julieta, dejando así a su amigo Mercutio y a su primo
Benvolio sin saber de su paradero, pues se hallaba allí.
Ambos, Romeo y
Julieta, se murmuraron las más arrebatadas palabras de amor con la voz llena de
anhelo, una necesidad loca, enfermiza por lo que veo, de estar el uno junto al
otro. Podríamos considerar al balcón como otro de los escenarios del crimen,
justo en el momento en el que Julieta y Romeo se confesaron amor y se separaron
esa noche, con la idea de volverse a ver de inmediato como con la idea de
casarse, pasara lo que pasara.
Y entonces, tanto
Fray Lorenzo como la ama de Julieta hicieron posible este matrimonio, añadiendo así otra escena del crimen en la
celda del Fray. Ambos ayudándoles a pesar de intuir las consecuencias que esto
podría llevar a cabo, pero con la esperanza de que tuviera un final feliz,
tanto para los amantes como para las familias.
Pero esa boda no se convirtió en el
deseado lazo de amistad extinguidor del
rencor de los Montesco y los Capuleto como Fray Lorenzo anhelaba.
Y
no solo con eso, el día empeoró y se sumó un nuevo escenario del crimen: las
calles de Verona con la sangre de Mercutio y Teobaldo. ¿Quién es el culpable de
estas muertes? Pues los mismos fallecidos. En primer lugar Teobaldo, el rey de
los gatos, por ir en busca de pelea contra Romeo, a quien le tenía una gran
tirria por el simple hecho de haberle visto con su prima Julieta, desconociendo
lo sucedido entre ellos; y Mercutio, pues una vez que Romeo rechazó el combate
(ya que Teobaldo era familia de su amada), su amigo no satisfecho con esto,
ofreció pelea a Teobaldo, quien aceptó. ¿Pero deberíamos acusar a Romeo del
causante de la muerte de Mercutio? Ya que Romeo, en un intento de detener la
pelea, se interpuso entre las espadas, pero por debajo de su brazo, Teobaldo
asestó una estocada que arrebató la vida a Mercutio, dando esto lugar a una de
las armas posibles que Romeo tenía para su propio suicido: el destierro.
―¿Es cierto que usted puso una orden que trataba en que no
hubiese conflictos en las calles de Verona, su majestad? ―preguntó Sherlock al
Príncipe.
―Así es.
―Orden que Romeo recordó a Mercutio y Teobaldo, pero estos,
no quisieron escuchar ―mi compañero, quién poseía toda la atención de todo el
establecimiento señaló al señor Capuleto―. Dígame, ¿cómo se sentiría si matasen
a su mejor amigo?
―Dolorido. Por lo que intentaría buscar el porqué de su
muerte.
Sherlock negó con la cabeza.
―Efectivamente, si supiese la causa de su muerte, su
principal objetivo sería matar a quien lo mató como signo de venganza. Y esto
es lo que ocurrió con Romeo, Príncipe ―volvió a dirigirse al nombrado―. Y con
el destierro que le otorgó solo hizo poner una barrera entre los amantes,
quienes no podía vivir el uno sin el otro. Pero esto no fue la causa definitiva
de su muerte. Fray Lorenzo y la ama de Julieta les hicieron ver que aquel no
era el fin, por lo que se mantuvieron con vida. Sin embargo usted ―señaló a
Capuleto―, acabó con las esperanzas de su hija de una forma radical. En primer
lugar, ¿Qué clase de padre no se hubiera dado cuenta de todo lo que su hija
llevaba a escondidas? Tal vez si hubiera habido más confianza tanto en los
Montesco como en los Capuleto con sus hijos, ellos os hubieran contado de sus
problemas y tal vez así hubierais podido solucionar el problema desde un
principio, sin necesidad de muertes. Pero no, mejor que eso era obligar a la
joven Julieta a la fuerza a que se casara con el príncipe Paris, como fácilmente
se deduce, por intereses. Usted no vio como era Paris y así descubrir como
trataría a su hija, no, usted vio el dinero y su alto estado en la nobleza,
dado que le príncipe Paris tiene relación con el Príncipe. Paris con el mismo
interés, aunque más que dinero yo diría belleza puesto que Julieta y usted
apenas se conocían el uno al otro, ¿cierto Paris? ¿Y de donde surge ese amor?
―dejó Sherlock la pregunta en el aire―.
Y así fue como
Julieta acudió a Fray Lorenzo, dispuesta a quitarse la vida si no había una solución
para que el segundo matrimonio no sucediera, ya que su padre le dijo que
dejaría de ser su hija si el matrimonio con Paris no establecía. Y el Fray,
ocurriéndosele un buen plan, le ofreció una ampolleta con el fin de parecer
muerta pero sin estarlo el día de la boda. Por supuesto, el Fray lo hizo con
buen intención, pero el plan le salió mal debido a que el mensaje para Romeo
sobre la dormida Julieta que le llevaba Fray Juan no llegó, ya que le surgieron
otros asuntos. ¿Deberíamos por ello acusar a Fray Juan como posible asesino de
los amantes? ¿O ese puesto debería ser a Baltasar, quien estropeó el plan por
completo avisando a Romeo de la muerte ―que no era muerte― de su amada?
Pero sin duda, os
faltan las últimas armas, el último “asesino”. Y es que antes, cuando estaba
investigando en la sepultura de los Capuleto, me di cuenta de que por los
labios de Romeo había pasado cierto veneno cuyo olor desprendía de su boca.
Dígame Príncipe, ¿no está prohibida la venta de ciertos elixires que dan con la
muerte en segundos?
―Así lo ordené yo. Y solo hay un boticario en esta villa que
posea tales.
―El mismo al que le compró Romeo, ya que este no quería vivir
si su amada tampoco lo hacía, pero que desconocía que esta no estaba realmente
muerta. Y así fue como Julieta, llevándose una sorpresa al ver a su esposo
muerto, decidió quitarse la vida ella también, esta vez de verdad, tomando la
daga de Romeo y clavándosela en el corazón.
―¿Cómo ha descubierto tales hechos? ―le interrogó el Príncipe
a mi amigo con una expresión de sorpresa en su rostro.
―Los pequeños detalles siempre son los más importantes,
Príncipe.
Por lo que así, terminado
el misterio de esta historia, ¿no podríamos decir que los culpables de este
crimen no son más que Romeo y Julieta? Al fin y al cabo, fueron ellos los que
decidieron llevar a cabo su muerte. El amor a veces puede convertirse en una
enfermedad. Y ambos estaban enfermos por la necesidad y el anhelo infinito, urgente
y salvaje de estar juntos. Una deformidad de su alma. Pero, cuando los
acontecimientos se hicieron finalmente irremediables… cuando ya no les separaba
únicamente un estúpido desacuerdo entre familias, si no la helada garra de la
muerte, de la que nadie regresa a pesar del inmenso e inalcanzable amor, ya no
les importó nada más. El destino los unió, pero el mismo no quiso seguir
alimentando la existencia de dos seres tan egoístas, porque ni a Romeo ni a
Julieta les importaba lo que les ocurriese a la gente a su alrededor, como si
el mundo no existiera de repente. Mientras estuvieran juntos, nada importaba. Y
por eso su amor, más grande que la vida y la muerte, tenía que ser borrado de
la faz de la tierra. Por ser el único en la historia de la humanidad que era
verdaderamente incondicional hasta las últimas consecuencias, y totalmente
desprovisto de cordura. Porque nada en el mundo era importante, salvo estar
juntos. Porque el destino es el que baraja las cartas, pero somos nosotros los
que jugamos. Y Romeo y Julieta quisieron jugar así.
¿Y qué
decir de esta conclusión? En definitiva, da igual las leyes de Verona, del universo,
de la vida o de la muerte, de alguna manera, Romeo y Julieta seguirían unidos
por siempre jamás. Y eso es lo que importa, no quien los mató.