Como ya mencioné en la anterior entrada, nuestra
primera lectura ha sido Decamerón. Nuestro profesor nos mandó como trabajo
escribir una historia a partir de una situación similar a la que da pie al
Decamerón, y que tuviese la misma temática que las historias de la jornada VII
pero que estuviera ambientada en nuestra época.
Bien, pues este es el resultado. ¡Disfrutadlo!
¿ATREVIMIENTO o VERDAD?
E
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ra una fría tarde de invierno un tanto gris. Del
cielo empezaban a caer las primeras gotas que hacía presagiar un día
tormentoso. Aunque este comenzó con una pequeña llovizna, todo empeoró cuando
una furiosa tormenta de nieve, lluvia y fuertes vientos azotó la zona. Daba la
sensación de un huracán combinado con la más fría de las temperaturas. De
hecho, había caído ―y seguía
cayendo― tanta nieve que se había acumulado en la entrada de la casa y no había
forma de salir. Y no suficiente con esto, la tormenta era tan fuerte que con
tanta nieve, esta resultaba que se había infiltrado en varios lugares de la
casa de Esther, haciendo que la luz se fuera, ya que los circuitos se habían
averiado y no servirían hasta dentro de unos dos o tres días según Marina, la
friki del ordenador y la tecnología en general. El
frío era tanto, que todas las chicas se mantenían encerradas en el salón
mientras el pánico las invadía, pues la tormenta se produjo justo antes de que
los padres de Esther llegaran. Todas ellas yacían en la alfombra, arropadas con
mantas frente a la chimenea, la única luz de la habitación. El que no hubiese
wifi en sus móviles, y que tanto la televisión como el ordenador no
funcionasen, las ponía histéricas y más aún de los nervios, pues al no tener
distracción más pensaban en cómo la situación podría empeorar.
Anabel, la más mayor del grupo de amigas, propuso
un juego para que así estuviesen entretenidas. El juego se llamaba así:
¿Atrevimiento o verdad? Este consistía en que todas ellas debían formar un
círculo y, con ayuda de una botella, tenían que ponerla en el centro y hacerla
girar. A la persona que señalase la botella sería nombrada como la reina y
tendría que hacer escoger a cada una de sus amigas entre verdad, que trataba de
responder con toda sinceridad, es decir, sin mentir a la pregunta que te
hiciese; o atrevimiento, en el que ella debía proponerte un reto que tenías que
cumplir.
Con todas de acuerdo, lo prepararon todo,
tocándole ser reina a Esther, quién empezó por María. Esta había elegido
verdad, la cual se trataba de si alguna vez había estado con dos personas a la
vez. María asintió, y la reina le ordenó que contase cierto suceso, el cual,
alegremente comenzó sonriendo:
Genial. Esther, Marina, Anabel, tal vez no os
creáis lo que os voy a contar, pero es cierto. Tened en cuenta que en esa época
era mucho más joven y el peligro era como mi mejor amigo, me encantaba meterme
en líos y probar cosas nuevas. Aún así, no me arrepiento en absoluto de lo que
hice, de hecho, ahora mismo es una gracioso recuerdo del pasado. Pero tened en
cuenta esto: en algún momento todos hemos sido infieles o por lo menos tenemos
claro con quién lo seríamos. Por ejemplo, muchas de nosotras no tendríamos la
menor intención de rechazar los encantos de Johnny Depp o cualquier otro
atractivo artista. Así que ni las mujeres se salvan del asunto. La infidelidad
es como un pedo. Se niega hasta el final.
Ahora que no se si las mujeres son más o menos
infieles, pero lo que sí puedo confirmar de aquella experiencia es que la
posibilidad de que un hombre se dé cuenta es infinitamente menor.
Erase
una tarde cualquiera en un pueblo de Madrid, una muchacha de dieciséis años
llamada María surfeaba por internet con Skype abierto. De repente su amiga Lidia comenzó a
enviarle mensajes, uno detrás de otro, diciéndole que necesitaba un chico para
poner celoso al chico que ni siquiera sabía de su existencia, así que, ¿por qué
no? María se propuso buscarle un novio.
Comenzó a hacer una lista sobre los
chicos de su pueblo, pero todos les parecía estúpidos y horribles, ¿de dónde
sacaría un buen chico para su amiga? Pues sí, aquella chica estaba tan alocada
que se le ocurrió buscar por la famosa red “eDarling”. Conocía su amiga y sabía
que era de esas personas que buscaban una relación romántica para decirse cosas
cursis mutuamente, cosa que María no soportaba. Ni siquiera consideraba los
finales de las películas de Disney como felices. Por esto, creo un perfil suyo.
“¡Saludos! Mi nombre es Lidia. Tengo dieciséis años. Soy una chica alegre,
divertida y tranquila. Me considero toda una romántica y amo las películas de
Disney. Mi objetivo aquí es buscar a mi príncipe azul. Él es el hombre con
quien quiero pasar mis días, sereno pero intenso, romántico pero bohemio. Que
me cuente chistes malos con tal de escuchar mi risa. Que le guste dormir
abrazados y también soñar de día. Que me conquiste con sus locuras y sepa
calmar mi vida. Que tenga gustos musicales y le encante ver películas. Que se
interese en el deporte y también en la poesía. Que sea maduro a ratos y el
resto juegue y lea cuentos.
Y bien, ¿eres tú el hombre de mis sueños?”
Satisfecha con su
perfil, a los pocos minutos mucha gente desconocida empezó a abrirle chat, pero
María se cansó en seguida, todos eran hombre mayores e incluso viejos, además
de que ninguno procedía de un lugar cercano a Madrid. Sin embargo, fue toda una
sorpresa para ella cuando un mensaje proveniente de la página le llegó a las
una de la madrugada. Este decía así:
“Sin ánimos de ofender, pero deberías salir de tus fantasías y mirar a tu
alrededor, la realidad, donde tu vives. Ese “hombre de tus sueños” no existe,
no debes ir buscando a cierta persona, sino conocer a la gente y que te
sorprenda con sus dones y sus imperfecciones -Roberto.”
María, curiosa, le respondió al chico
quien, por casualidad, tenía la misma edad que ella. La chica estaba de acuerdo
en lo que decía y solo quería aclarar que ella era una amiga para conocerlo
antes en profundidad y ver si era bueno para Lidia.
Roberto era de Italia, de un pueblo
llamado Arezzo. A pesar de que María tenía a su novio Jesús, hablar con Roberto
se volvió una costumbre. Coincidían en muchas cosas y tenían gustos similares.
Aunque vivían lejos uno del otro, Roberto actuaba de una forma protectora con
ella y la consolaba cada vez que le contaba alguno de sus problemas, así que
imaginad la reacción de María cuando este le dijo que en su instituto habían
programado una excursión a España y que la primera parada era en Madrid. Sin
embargo no puedo evitar sentirse decepcionada cuando el supuesto “Roberto” le
confesó que en realidad era una chica y su nombre era Alessandra. Alessandra
Salvatore.
Una vez supo los motivos de Alessandra,
María pudo comprenderla y no por su mentira quiso cancelar su cita cuando
viniera.
Cuando llegó la hora de encontrarse,
María la invitó a una cafetería. Esta sabía que Alex tenía una hora límite, las
doce, cual Cenicienta; pero a su pesar, la chica italiana, quién vino con un
bonito vestido celeste a juego con sus preciosos ojos azules que contrastaban con
su oscura melena, la sacó a la pequeña pista de baile que allí había cuando
pusieron la canción favorita de ambas.
Tal vez el baile sea una
de las herramientas más efectivas para la seducción. Al principio bailaron
sueltas, pero luego poco a poco se fueron acercando. No pasó nada más esa
noche, simplemente bailaron.
Al día siguiente María la invitó de
nuevo a bailar y fueron a un sitio con música en vivo. Era la primera vez que
ambas iban a este lugar. La música era buena, y de nuevo empezaron a bailar,
pero esta vez poco a poco todo se volcó en un beso. Alessandra sabía moverse y
María no podía evitar quedarse atrapada en su mirada, a pesar de saber que se
trataba de una mujer. Esta sintió ese beso como un sueño hecho realidad, algo
que aunque siempre había deseado no creyó que fuera posible, pero allí estaba
besando a la que se había convertido en “la persona de sus sueños” y lo mejor
de todo es que era completamente correspondido.
Todo lo siguiente fue muy rápido, pero
lo único que sabía es que esa chica la había hechizado y de repente se
encontraba en el baño con ella.
―¿FO-
María le tapó la boca de
inmediato para evitar que gritara justo esa palabra en la biblioteca, pero su
amigo de la infancia, Carlos, se zafó.
―Perdón, perdón. ¡¿Tuviste
sexo con una italiana?! ―le preguntó su amigo en un susurro, pero al fin y al
cabo su acento de impresión era el mismo.
―¡Que sí! ¿Podemos
continuar con esto en tu casa?
Una vez solos, ambos
siguieron callados como en el camino a casa de Carlos hasta que este decidió
romper el silencio.
―María ―Carlos miró a la
nombrada a los ojos. Había estado preparando sus típicos helados de tres bolas
mezclados con una barbaridad de sirope. Siempre lo hacía cuando sabía que su
amiga se encontraba desanimada, sin embargo, dejó la copa a un lado y se volvió
para mirarla. María levantó la mirada del libro que había cogido de su mochila
para verlo.
―¿Hmm?
―Tenemos que hablar ―y
se dirigió hasta la chica, sentándose a su lado.
María cerró el libro,
poniendo un marcapáginas para no perder la lectura y lo colocó en la mesita,
justo enfrente suya antes de voltearse a mirar a Carlos.
―¿De qué tenemos que
hablar, Carlos? ―María empezaba a sentirse un poco extraña.
―Ya que ahora eres
lesbiana… ―arrastró su voz con la última palabra. María puso sus ojos en
blanco, odiaba el hecho de que la clasificase como lesbiana cuando lo que
intentaba decirle es que estaba confusa y quería de sus consejos―. Verás,
usualmente no me meto en lo que no me importa.
Los ojos de María se
ensancharon.
―¡¿Desde cuándo?! ―dijo
casi gritando. Carlos era el chico más fisgón que conocía.
―Ese no es el punto. A
lo que trato de llegar es que el sexo entre mujeres es diferente al sexo entr-
María no le dejó
terminar.
―¡No vamos a discutir
sobre eso! ―gritó esta, alzando sus manos sobre su cabeza. Hizo un ademán con
intención de salir de la habitación pero Carlos la tomó de la muñeca y la puso
de vuelta en el sofá. Ella lo miró fijamente.
―Te ataré si es
necesario ―María no estaba segura si estaba bromeando o si de verdad lo decía
enserio. Abrió la boca para protestar, pero Carlos levantó su dedo índice―.
También tengo cinta adhesiva.
María hundió su cabeza
entre sus manos. «¿Cuándo llegarán mis padres?», es lo único en lo que podía
pensar. Miró a Carlos quién se acomodaba cada vez más en el sofá. Este estiró
sus piernas y usó sus propios brazos como almohada.
―Ahora, como sabrás, el
sexo es algo hermoso que debe ser compartido sólo entre dos personas que se
aman… o en tu caso, con una italiana buenorra y el cachas de Jesús que-
María le disparó una
mirada asesina haciéndole saber que como siguiese moriría. Carlos se detuvo
para reírse―. Esto será divertido.
María suspiró.
―¿Podemos acelerar esto
un poco? ―preguntó ella.
Carlos se rió de nuevo y
puso sus pies sobre la mesa como si nada.
―Vale, te daré tres
reglas acerca del sexo con mujeres.
―Mujer ―le corrigió.
Carlos rodó sus ojos.
―Mujer ―se
auto-corrigió―. Regla número uno. Lamer es esencial. Debes limpiar la cueva de
telarañas.
―¿Qué? ―alzó la ceja María.
Estaba confusa, era como si Carlos le hubiera hablado en chino.
―Su almeja barbuda ―le
aclaró este.
María seguía sin
palabras.
―Comerte su higo, María
por dios, que tú tienes uno.
―¿Por qué… simplemente
no lo llamas por su nombre?
―Porque almeja suena más
gracioso. Que tal: Abre tu ventana, Alessandra ―recitó como si fuese ahora un
poeta―. Rima y todo.
―¿Y esas cosas se las
dices a Lidia cuando tienes ganas de tirártela? ―le preguntó molesta.
―Hmm… pues no, pero
podría probar. ¡Eh! No me digas que este no es bueno: Alessandra, déjame lograr
tu sonrisa vertical.
―Quieres… ¡¿quieres
dejar eso de una vez?! ¡Si yo soy lesbiana tú eres un pervertido!
―Bueno, los asexuales no
tienen parte pervertida ―Carlos se quedó un rato pensativo―. ¿Eres asexual?
―Alex, voy a bucear por
tus profundidades ―musitó María. El estado de shock de Carlos no duró mucho
hasta que no pudo evitar soltar una carcajada.
―¡María!
―¡¿Qué?! ¡No soy
asexual!
―Desatascar tu cañería
―continuó Carlos divertido.
―¿Puedo ver tu nuevo
bolso de terciopelo rosa? ―ambos se quedaron mirándose fijamente antes de
estallar en risa.
―Bien, bien, ya estás
preparada para la regla número dos ―anunció el chico.
―Sorpréndeme.
―Los condones en tu caso
son estúpidos. No te vas a quedar embarazada de una mujer. No hay necesidad de
usarlos.
Los ojos de María se
abrieron como platos.
―¡¿C-cómo supiste acerca
de eso?! ―gritó alterada.
―Te vi entrando en el
super ese de la esquina, no estabas comprando tampones, lo sé.
―¡¿ME ESPÍAS?!
―No exactamente. Solo
fue ese día, estaba aburrido y decidí seguirte ―sonrió triunfalmente―. Gran día
si me lo preguntas ―María con ganas de que la tierra le tragase catapultó su
cabeza directamente hacia sus manos―. No te preocupes, sabes que no se lo diré
a nadie. Lo que te quiero decir es que tienes que cabalgar por las llanuras de
tu italiana libremente, no corres riesgo, disfruta.
María gimoteaba pensando
en si aquello podría ponerse peor.
―Regla número tres
―continuó Carlos―, mientras más alto gimas, mejor.
«Y efectivamente, sí, podía
ser peor»; pensaba María.
Esta abrió la boca para
decir algo, pero nada pudo salir. María no sabía que responder a eso, no podía
creer que su amigo le hubiera dicho tal cosa, eso significaría que la había
imaginado gimi-... Sacudió la cabeza, en estado de shock.
―Por experiencia propia,
me gusta cuando Lidia mordisquea mi oreja mientras juega con mi-...
Los ojos de María se
abrieron como platos y volvió a sacudir la cabeza, suplicándole a su amigo en
silencio que no dijera la palabra que seguía.
―Pero Alex puede ser
diferente, sugiero que intentes varias cosas a ver cual le gusta más, quizás
deberías ir a comprarte lencería de esa sexy.
―Carlos.
―¿Sí? ¿Alguna duda que
tengas? ¿Quieres que te acompañe?
―Cierra la puñetera
boca.
―¿Puedo preguntarte una
sola cosa más?
―Qué.
―¿Llegaste al orgasmo a
la vez que la italiana?
―¡CARLOS!
―¡Qué! ¡Es que las tías
en cinco minutos ya han llegado! Es imposible tener un orgasmo simultáneo. Es
como pretender ponerse de acuerdo para eructar al mismo tiempo. Eso no hay quien
lo controle. ¿Tú has visto parejas que eructen a la vez? ¿Te imaginas? Yo
eructo de repente y Lidia me salta con “eres un egoísta, no me has esperado”.
―¿Sabes? Realmente te
quiero, eres mi mejor amigo y lo sabes, pero no tenía gran intención en conocer
tu vida sexual.
―Bueno, ya que no me la
cuentas tú… ¡Oh! También dicen mucho que en el sexo está todo permitido si los
dos están de acuerdo… pero y si sois Alex, Jesús y tú y uno de vosotros no
quiere, ¿qué? ¿Aplicáis la mayoría y el que no quiera que se joda?
―CARLOS. REALMENTE TE
ODIO Y NO PIENSO CONTARTE MIS PROBLEMAS NUNCA MÁS ―le gritó María antes de
levantarse dispuesta a salir de su casa, hubieran o no llegado sus padres a
recogerla, no soportaba más.
―¡Prepara un viaje al
país de las almejas esta noche y busca a tu almejita, así te sentirás mejor!
―le gritó Carlos desde el sofá como modo de despedida antes de que ella diera
un portazo.
Dirigiéndose a su propio
hogar, María comenzó a reproducir los mensajes de las llamadas perdidas que
tenía. El primero era de su novio Jesús.
―Hey cariño, últimamente
estás desaparecida y te llamaba para… bueno, estaba preocupado por ti. Y me
gustaría ir a verte hoy, pero tengo entrenamiento hasta tarde. Solo quería
decirte que te echo de menos y te quiero.
María,
sintiéndose culpable pasó de mensaje.
―¿Este es tu número,
Mariiiiiiiia? ¡Que sepas que te vas a enterar por robarme a Jesús, perra in-...!
Este mensaje fue eliminado.
María
no soportaba a esa chica, y ahora mucho menos. ¿Se iba a convertir ahora en su
acosadora? Le resultaba tan estúpida que no quería ni escucharla.
―¡Mariah!
Illah, cogeme er telefono que tenemos que habláh, ¡eeeh!
Esta
tuvo que despegarse el móvil del oído, ¿porque el hermano de Jesús tenía que
chillar tanto? Juan era más pequeño que Jesús y ambos no se parecían en nada.
―¿María?
Eh.. esto… soy Alex. Tengo una buena noticia de la que informarte. Te espero en
la puerta de tu casa a las nueve.
Realmente
se sentía mal por ocultarle aquello a Jesús porque de verdad le quería, ¿pero qué
otra cosa iba a hacer sino? Además, hoy no podría ir a verla, así que podría
estar con Alex sin problemas. Mañana se iría y solo podría comunicarse con ella
por chat, ¿así que qué más daba?
Corrió
lo más rápido que pudo para encontrarse con la chica. Allí estaba, Alessandra
apoyada en la pared de su casa, con aquella expresión inocente pero que
escondía muchas cosas que ella conocía. Una vez la saludó, la invitó a subir a
su cuarto, ignorando las voces de su madre mientras subía por las escaleras.
Cuando cerró la puerta se quedó mirando a Alex fijamente.
―¿Y
bien?
―No
digas nada ―respondió Alex con su acento italiano.
―¿Qué?
―Que te
calles. Sólo… sólo quería decirte que me quedo una semana más en España, y no
quiero desperdiciar más palabras contigo, ya hemos hablado suficiente por el
chat ―y de repente María estaba contra la puerta, mirando a la otra chica como
si estuviera loca. Se paró un rato para dedicarle una pícara sonrisa y sin más
la besó, con necesidad, con deseo, como si fuese el último día de su existencia
y ella fuese la última persona de la tierra. Lo cierto era que para María ese
momento se sentía único. Al principio se quedó en estado de shock, pero después
le correspondió al beso. Ella se separó de María, mirándola, esperando su
decisión. Esta sentía la boca ardiendo a causa del beso. Como no le hizo
ninguna señal negativa, Alex comenzó a desabotonar sus vaqueros, dejando que
estos se deslizaran hacia abajo y dejara las piernas de María al descubierto.
Un poco después sus dedos ya estaban en los botones de su blusa cuando alguien
tocó a la puerta, interrumpiéndolas. María, a quien le iba a dar un ataque al
corazón, indicó a la italiana que se escondiera debajo de la cama, y así hizo.
Sin embargo, no le dio tiempo a vestirse de nuevo, pues Juan entró por la
puerta sin previo aviso.
―¡JUAN!
¡¿Es que no puedes esperar?!
―¡Poh
noh! ¡Me tienes que comprar er disco de la Miley ezah!
―¿Pero
tú no querías el GTA 5? ―así era el hermano de Jesús. Un día quería un juego,
otro día otro, ¿pero el CD de Miley?
―¡Illah,
que ya lo tengoh! Ahora quiero er disco de la Miley, er que sale en pelota picá
en una bola.
―Juan.
¿Se puede saber para qué quieres ese disco?
―¡Que
no eh pa’ mi, que eh pa’ mi novia!
―¿Para
tu novia? ―preguntó María desconcertada―. ¿Desde cuándo tienes novia?
―¡E-eh
secreto! ¡Dame loh quinse ebros que la tía eza eh cara o le digoh a mi hermano
que tas tirao a una tía!
―¡Pero
no grites!
―¡María!
―la llamó de repente su madre―. ¡Jesús sube para arriba!
―¡¿Qué?!
―María se miró de arriba abajo. Sus pantalones no estaban y su blusa dejaba ver
su escote―. ¡Oh mierda! Hay viene tu hermano y va a pensar otras otras cosas,
¡METETE EN EL ARMARIO!
Pero
esta vez no le dio tiempo a esconder al chico. Jesús estaba allí en la puerta,
mirándolos fijamente. Los había pillado.
―¡J-Jesús!
―exclamó María―. ¡Tenías que esperar cinco minutos más!
―¿Me
estás engañando con mi hermano pequeño? ―preguntó Jesús aturdido.
―¡¿Qué?!
¡¿Cómo puedes pensar tal cosa de mí?! ―exclamó en vez que lucir arrepentida. No
pensaba dejar que su relación con Jesús terminase, y mucho menos, por la
persona equivocada, por lo que comenzó a maquinar un plan―. Para tu
información, ¡le estaba ayudando a salir del armario!
―¿Qué?
―Jesús cada vez estaba más aturdido.
―Tu
hermano es gay. Le estaba ayudando como pensar en decírtelo y… ¿qué mejor
manera de mostrártelo que haciéndole salir del armario? Literalmente.
―¡Como
en Narniah! ―exclamó de repente el pequeño de ellos, sin tener nada que ver.
María le amenazó con la mirada, dirigiéndola a una de las fotos de su tablón,
donde salía ella acompañada de su amigo Carlos.
―Cuéntaselo,
Juan. O no te regalaré el disco de Miley Cyrus que tanto quieres.
―Eh…
¿me gusta er Carlos? ―dijo dudoso.
―Pero…
¡pero Juan! ―comenzó Jesús―. Yo.. tu cuarto con los posters de las tías esas en
pelotas…. Nunca imaginé que serías gay. ¿Intentabas ocultarlo así? Hermanito,
no tenías por qué, puedes confiar en mí.
―Creo
que he cumplido mi misión y sobro aquí…. ―agregó María.
―Eh,
no. María ―anunció su novio, acercándose a ella para cogerle de las manos―.
Siento haber desconfiado de ti. Soy un idiota. Es solo que te vi así…. espera.
¿Y porque estás en bragas?
―¡Yo
iba a ducharme pero tú y tu hermano siempre venís en el momento menos indicado!
―inventó rápidamente sobre la marcha. Su pareja rió.
―¿Puedo
pedirte una cosa?
―Qué
―respondió secamente María.
―Bésame.
―¿Sólo
eso? ―preguntó María alzando la ceja.
―Para
que no te quejes ―y entonces se besaron, como muchas otras veces, como si el
romance con Alex que tenía María no existiera.
Así si
alguna vez Jesús sospechaba de su ausencia, pues María tenía claro que iba a
seguir encontrándose con Alex, podría pensar que le era infiel con su hermano,
y no con una chica.
Además,
María sabía que Jesús nunca revelaría su secreto a todo el instituto, el hecho
de que le engañase por una mujer le haría quedar como un patético a él, no a
ella, y Jesús nunca se permitiría eso.
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